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Del dibujo animado a la imagen real

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pp4
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Del dibujo animado a la imagen real

Mensaje por pp4 »

'La bella y la bestia’ han pasado de los trazos hechos (todavía) con lápiz y colores a los fotogramas (o no) donde imagen real e imagen real retocada por ordenador calcan las mismas escenas, encuadres, movimientos, canciones y argumentos. No ha sido (ni será: Disney venía de reventar taquillas con su live action ‘El libro de la selva’) la primera vez en la que un largometraje, serie televisiva o personaje animado se convierte en algo de (más o menos) carne y hueso. Sobre esos saltos versa esta selección de títulos.


La bella y la bestia (Bill Condon, 2017)

Cuando la gente se metió (y con razón, seamos sinceros) con Gus van Sant al fotocopiar plano a plano (excepto lo de la vaca, una de las cumbres del absurdo) la ‘Psicosis’ de Alfred Hitchcock en una versión en color con otros actores, seguramente no sabrían que se les iba a caer la baba, en plan indulgencia, con lo que el otrora interesante Bill Condon ha hecho con ‘La bella y la bestia’. Exactamente lo mismo que van Sant con la obra maestra de Hitchcock pero a partir de la exitosa y popular cinta animada de principios de los años 90. Alguna canción nueva (para que te nominen a los oscars) pero nada más… o nada menos, que esto es cuestión de ser fan, del karaoke y de si alguno de sus actores te da o no grima.


Vicky el vikingo (Michael Herbig, 2009)

Los chavales que a mediados de los años 70 seguían semanalmente a la hora de la merienda las aventuras de este perspicaz y tirillas niño vikingo amante de la paz y con fobia a los lobos, no imaginaban que muchos años más tarde, los de la fiebre ¿yo fui a EGB’, se toparía con el hijo de Alvar, éste mismo, su tripulación vikinga y sus malos de opereta en una divertida película en imagen real donde la elección de los actores y su caracterización te devolvían tal cual a la de los personajes animados. Una serie alemana (pero animada en Japón) que sigue siendo de culto. El film de Herbig tuvo una muy entretenida secuela.


Popeye (Robert Altman, 1981)

1980 y 1981 fueron los años del Apocalipsis en Hollywood. Son las fechas del hundimiento de la United Artists con ‘La puerta del cielo’, del fiasco monumental de ‘Dinero caído del cielo’ (vaya: la palabra cielo era gafe) que llevó a la tocada Metro a la ruina y de ‘Popeye’, el experimento de la Disney que puso más números rojos en la casa del tío Walt que la siguiente ‘Tron’. Si ‘Tron’ sería con los años un film de culto, ‘Popeye’, adaptación más de las tiras cómicas de prensa de Segar que de los cortometrajes animados de Max y Dave Fleischer, sigue siendo un título maldito. La elección de Altman como director, sus canciones delirantes y el dinero que se gastó en decorados pero sobre todo en drogas (aviones llenos de cocaína volaban al set para abastecer a Robin Williams y al productor ejecutivo) convirtieron la película en una rareza extraña. Y eso que Robin Williams da el pego como el marinero adicto a las espinacas y mucho más Shelley Duvall como Olivia.


Mr. Magoo (Stanley Tong, 1997)

El entrañable y cascarrabias cegato que hizo furor en los cortometrajes animados de la UPA (la factoría de la animación casi experimental y de vanguardia que suministraba material a la productora Columbia) primero y luego ya en la televisión, contaba con la voz (y algunos rasgos físicos) del humorista Jim Backus. Llevarlo a la imagen real fue siempre un largo proyecto (Frank Tashlin quiso hacerlo) que terminaría materializándose en una demasiado infantil propuesta a mayor gloria de un payasil Leslie Nielsen. Nielsen no se parece a Magoo porque lo que se pretendió es que Nielsen fuera el Nielsen de los ‘Agárralo como pueda’. Otra rareza fue la d contratar como director a Stanley Tong, firmante de varias cintas con Jackie Chan. El pobre sí que demostró poca vista.


Los Picapiedra (Brian Levant, 1994)

Todos estuvimos (y estamos) de acuerdo en que John Goodman había nacido para ser Pedro Picapiedra. Incluso lo del gran y hoy retirado Rick Moranis como Pablo Mármol tampoco merece una discusión al respecto. La factoría Spielberg estuvo detrás de esta gran producción en la que los míticos protagonistas de la primera sitcom para adultos (mejor dicho: en horario televisivo para adultos) en dibujos animados se convertían en actores de carne y hueso. Efectos digitales al margen (Dino), la verdad es que la película acierta al no querer ser algo aparatoso y apuesta por ser como un episodio de la serie de TV. Tuvo una especie de precuela con otros actores (ya imposibles).


101 dálmatas… ¡aún más vivos! (Stephen Herek, 1996)

Exacto: si pensaban que lo de ‘El libro de la selva’ y ‘La bella y la bestia’ era una estrategia comercial o una idea de los ejecutivos actuales de la Disney, se equivocaban. Lo de mirar el catálogo de largometrajes animados de la casa y convertirlos en copias más o menos inspiradas pero en imagen real, ya lo hacían hace casi medio siglo. Lo hicieron con ‘101 dálmatas’, con un John Hughes en el guión que se limitó a apuntar ideas para terminar repitiendo las situaciones cómicas de ‘Solo en casa’, un director funcional y, eso sí, con una inmensa Glenn Close en la piel (las pieles) de Cruella De Vil. Hubo secuela… ¡con Gérard Depardieu!


Masters del Universo (Gary Goddard, 1987)

Lo tan maravillosamente bueno que tenía esa productora tan heterogénea como trash que fuera la Cannon de Golan & Globus, es que no le hacían ascos a nada y que eran capaces de meterse en berenjenales si eso les resultaba barato y si podían oler pasta rápida y fácil. En pleno boom de los muñecos y las aventuras animadas televisivas de ese héroe fortachón a lo Conan pero en rubiales gay en Greyskull contra Skletor se dio carta verde para hacer de ello un sucedáneo entre ‘La guerra de las galaxias’ (las copias italianas de estas) y los films familiares de mayor presupuesto y excusa fantasy. Dolph Lundgren como He-Man y Frank Langella con careta de esqueleto son el highlight de una película que parece la hermana pobre de ‘El señor de las bestias’ y que tendría ecos en ¡el Thor de Kenneth Branagh!


Dragonball (James Wong, 2009)

La frenética, arrolladora y longeva saga místico-fantasioso-karateca nacida en los tebeos (mangas) de Akira Toriyama pronto convertidos en una sucesión de series de televisión y largometrajes animados (hace nada se estrenaba otro), supuso para muchos chavales españoles de principios de los 90 su primera conexión con el anime y esta cultura japonesa. Estos mismos chavales son los que no dieron crédito a lo que Hollywood intentó hacer con ‘Bola de dragón’: un despropósito en imagen real (la elección del reparto la debió hacer un cadáver) tal que el film es ya por méritos propios una de las cumbres de la basura cinematográfica. Era preferible aquella copia trash china que conocimos en VHS.


Mazinger, el robot de las estrellas (Koichi Takano, 1978)

Los de una generación anterior a ‘Dragonball’ ya supimos de qué iba todo eso de los dibujos animados nipones adictivos y de que se estrenara una película que nos prometía ser la versión en imagen real (¡y en cines!) de estos. Eso nos sucedió a muchos de los fans locos de la televisiva y sabatina ‘Mazinger Z’ cuando las navidades de 1978 llegó, con mucha publicidad, este film ¡de Taiwan! que era como la copia ful de la serie con tipos disfrazados de robot y efectos especiales con maquetas de llorar de la emoción inocentona. Pero no nos enfadamos con la peli y la adoramos como los niños inquietos que éramos y que somos.


Las Tortugas Ninja (Steve Barron, 1990)

Devueltas a la fama gracias a Michael Bay como productor de dos recientes títulos todo algarabía de la motion capture, la imagen real y el CGI trotón e infantiloide, estos quelonios mutados surgieron de las páginas de unos comics underground para convertirse, a mediados de los años 80 en una popularísima serie de animación televisiva. El cine se dio cuenta de ello y tuvo la idea no de hacer un largo animado, sino de ponerle cabezones animatrónicos (marca de la casa Jim Henson) y disfraces de tortuga a unos expertos en artes marciales (bueno, a los de ‘Tres pequeños ninja’) y hacer una película que sólo tiene sentido (y toneladas de amor y complicidad teenager) en esos mismos inicios de la década de los 90. Dos secuelas la seguirían.
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