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Migraciones en el cine

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pp4
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Migraciones en el cine

Mensaje por pp4 »

El cine ha reflejado desde sus inicios los dramas humanos de la sociedad, entre ellos la necesidad de dejar su propia tierra para sobrevivir. El cine español, durante su historia, ha ido representando en imágenes el problema de las migraciones. Antes de los años 40 del siglo XX, la migraciones rurales, con películas tan profundas y cargadas de dramatismo como las dos versiones que Florián Rey hizo de La aldea maldita, una en 1930, muda y otra sonora en 1942.
La Castilla más dura se refleja con sus dramas campesinos y su necesidad de salir a trabajar en otros lugares. Hay que salir del campo por necesidad, de un campo maldito, yermo, en el que no se puede vivir. Sin embargo, el cine presenta igualmente lo negativo de la gran ciudad, y sus vicios, así como la necesidad de volver al lugar de origen en el que está la seguridad, la armonía familiar y el honor.
La mujer, en el cine de emigración, es en muchos casos, la gran perdedora. O es la mujer sumisa, que acompaña al marido y cuida a los hijos, o se pierde en la ciudad, como en el caso de La aldea maldita, en la que para sobrevivir debe dedicarse a la prostitución. El marido, cuando la encuentra, apela al honor de la familia -más bien al de los varones de la misma- y la castiga con la exclusión y el silencio dentro de la casa, aunque no la expulsa con el fin de que no trascienda la vergüenza.
Ya avanzado el siglo, Juan Antonio Nieves Conde realizó Surcos (1951), que nos da a conocer los problemas de la emigración rural hacia la ciudad en la España de Franco. La película, -puede entroncarse en el neorrealismo español- y a pesar de que su director era falangista, fue censurada y depurada por el régimen por representar el fenómeno de la emigración rural como común en el país, dejándolo como la anécdota de una familia que fracasa en la ciudad y debe volver al pueblo del que salió.
La película narra las vicisitudes de una familia rural tradicional en la gran ciudad. Se representan las angustias de todo emigrante, el rechazo de los habitantes de la ciudad, la necesidad de algunos de los miembros de la familia de relacionarse con el mundo del delito, la pérdida de los valores tradicionales… Aquí también, dos mujeres, la madre y la hija, viven el desarraigo de formas muy diferentes: la madre, como soporte en sufrimiento de la unidad familiar, la hija, coqueteando con el espectáculo y una vida, al entender de entonces, excesivamente libre y peligrosa.
La piel quemada (1967) de José María Forn, lleva el problema de los emigrantes rurales en una patética plasmación del subdesarrollo económico y cultural español de la época, del caciquismo meridional y de la inmigración en Cataluña.
También los españoles salían de España. Entre la comedia y el patetismo están Españolas en París (1970) de Roberto Bodegas o Vente a Alemania, Pepe (1971), de Pedro Lazaga. Ambas reflejan la situación de emigrantes españoles en Europa que se adaptan poco y lo bien que cada uno está en su tierra de origen.
En el cine español de la época se puede apreciar que no todos los españoles iban con los documentos en regla, mito que actualmente se ha creado como excusa comparativa en relación a los actuales emigrantes. «Hasta 1956, el gobierno español no sólo no proporcionará ningún estímulo oficial a la emigración...sino que la vigilancia en las fronteras intentará limitar las salidas en la medida de lo posible... La mayoría de las salidas se realizan clandestinamente» .
Cierto es que hacia los años de 1950 España necesitaba romper el aislamiento internacional y aumentar sus divisas. Alemania, por otra parte veía crecer sus conflictos laborales y económicos y no deseaba agravarlos con la llegada de miles de españoles. La solución fue un convenio económico entre Alemania y España (una especie de plan Marshall) que aseguraba a ésta un desarrollo social y económico sin fricciones. En este paquete entró también la emigración.
Se inició en España, a instancias de Alemania, el control en origen y en destino de la emigración. En origen, permitiendo la salida mediante un largo proceso burocrático, y en destino, creando las Agregadurías laborales que evitaban la inscripción de los emigrantes en los sindicatos alemanes y la creación de las Misiones Españolas, adjudicadas a la Iglesia, que ejercieron como fuerte elemento de control social. En Alemania, los españoles tuvieron por ello un trato asistencial más ventajoso que en otros lugares.
Sin embargo, en el resto de los países, se siguió dando una gran cantidad de emigrantes que llegaban a trabajar de forma clandestina, por no poder acceder a los papeles, en algunos casos porque no conseguían el permiso de su parroquia para obtener el certificado de buena conducta.
Aunque nadie duda de que la mayoría de los emigrantes españoles trabajaron pacíficamente sin necesidad de realizar actividades delictivas, al igual que la mayoría de los emigrantes actuales en nuestro país, el cine refleja en la mayoría de los casos otra realidad –también real- ayudando a deshacer otro de los mitos inventados como excusa para comparar la actuación de los emigrantes españoles en el extranjero con los actuales emigrantes en nuestro país. La dura vida del emigrante español en América y en algunos casos la turbia manera de hacer dinero y un lugar en la sociedad se trata en Frontera sur, 1998, en la que Gerardo Herrero hizo un drama de emigración en Argentina, una forma sórdida de abrirse camino, la trata de blancas, las riñas de gallos, la apropiación de las tierras, la violencia... o Sus ojos se cerraron de Jaime Chávarri, (1997), la historia de una modista madrileña que llega a Buenos Aires en los años 30.
La situación de una España en desarrollo trajo consigo una nueva realidad y llegaron los emigrantes. El cine comenzó a relatar la forma de vida de los recién llegados, sus problemas, sus dificultades de integración y las trabas administrativas y personales. En la medida en que el problema se hizo más duro y la reacción local más furibunda contra el emigrante el cine español reaccionó con algunas películas. Las cartas de Alou, 1990, de Montxo Armendáriz, narra el periplo de un joven senegalés por la península en precarias condiciones laborales, Bwana, de 1995, de Imanol Uribe, que es una reflexión sobre la xenofobia y el racismo encarnados en una familia española, sus miedos y sus frustraciones hacia un emigrante subsahariano que acaba de llegar en patera. En 1996, Felipe Vega realizó El techo del mundo, basada en un relato de Julio Llamazares, sobre la amnesia de un español integrado en Suiza, al que se le despiertan instintos racistas.
Saïd Saïd, 1998, de Llorenç Soler, cuenta la historia de Saïd y las duras condiciones de vida que tienen los inmigrantes magrebíes en nuestro país. Para señalar, aunque sea someramente, el papel de la mujer, tanto en Saïd como en Las cartas de Alou, los dos protagonistas, el marroquí y el senegalés, se enamoran de mujeres españolas, que les ayudan fervientemente, aunque esa situación no mejora, sino al contrario, la relación de los emigrantes extranjeros con su entorno social, dando lugar en algún caso a virulentas reacciones por parte de grupos racistas (Saïd). En ninguna de ellas se aprecia a la mujer emigrante, invisible en esta etapa del cine español.
La emigración de los países del Este se narra en El sudor de los ruiseñores, de Juan Manuel Cotelo, 1998, sobre un violonchelista rumano que llega a Madrid con el sueño de trabajar en una orquesta y ganar el dinero suficiente para poder traer a su esposa y a su hija; la de los emigrantes cubanos en Cosas que dejé en la Habana (1999) de Manuel Gutiérrez Aragón. En esta última, la mujer tiene ya una importancia sustancial, ya que narra la historia de tres jóvenes cubanas que buscan trabajo en Madrid donde viven con una tía.
Es una interesante película a pesar de que los estereotipos se suceden en ella, tanto en lo que se refiere a las cubanas recién llegadas, que procurar una típica integración en el medio, la tía, que ha hecho simbiosis con el entorno, como los diferentes personajes españoles, que responden a etiquetas previstas.
En 1999, Iciar Bollain realizó Flores de otro mundo. Una caravana de mujeres –extranjeras y españolas- llega a un pueblo con el fin de establecer relaciones con los solteros de la población. Son varios los conflictos que se generan por las diferencias culturales y sociales entre las recién llegadas y los vecinos del pueblo. Es, posiblemente, la película en la que el problema de la mujer inmigrante, se ve con mayor realismo, sobre todo en lo que se refiere al poder masculino en las relaciones –incluida la violencia corporal- y a las dificultades de ser aceptadas sus diferencias por la cultura tradicional.
He citado más arriba la película del 2002, Poniente, de Chus Gutierrez, una historia de amistad y amor con el conflicto social de la emigración de fondo. Es una película de guerra, guerra de sexos, de culturas, de clases… que culmina en una gran batalla en la que pierde todo el mundo.
En el año 2005 el cine español ha tratado el problema de la mujer emigrante y su relación cultural, laboral y social desde diversos puntos de vista. Una interesante película es Princesas (2005), en la que Fernando León de Aranoa, director y guionista narra de forma esplendida la amistad de dos prostitutas de calle, una emigrante y otra española, luchando juntas en una sociedad que les da la espalda. También en 2005, Pedro Pérez Rosado ha realizado Agua con sal, en la que dos mujeres también, una emigrante y otra española, trabajadoras marginales e ilegales luchan por sobrevivir en un ambiente hostil.
Interesante es Un franco, 14 pesetas, de Carlos Iglesias, que en 2006 narra una historia de españoles emigrantes a Europa hacia 1960, en la que desmitifica muchas de las aseveraciones sobre la emigración de españoles que actualmente se tienen, así como del retorno a su país de estos emigrantes. Las dificultades de adaptación, la entrada sin papeles, los problemas, la necesidad de sobrevivir, a veces delinquiendo, etc.
También en 2006, Marta Rivas y Ana Pérez han retratado en el documental El tren de la memoria, el éxodo de dos millones de españoles que buscaron la prosperidad en Europa en los años sesenta. Se fueron para unos meses, se quedaron treinta años. El documental pretende cubrir una laguna en la reciente historia de España y saldar una deuda con los protagonistas de unos tiempos difíciles de los que apenas sabemos algo más que una escueta historia oficial y unos cuantos tópicos.
La mitad son clandestinos y viajan sin contratos de trabajo. El ochenta por ciento son analfabetos. Ante ellos se levanta el muro del idioma y las costumbres diferentes. En la actualidad, otros necesitados llaman a la puerta de un país próspero. Casi nadie se acuerda de la otra historia. Josefina si. Ella recuerda su viaje en el tren de la memoria.
Inspirada parcialmente en hechos reales, Chus Gutiérrez realizó en 2008 Retorno a Hansala, que narra la historia de Martín, un empresario funerario con problemas económicos, que encuentra en el cadáver de uno de los muchachos marroquíes muertos en el Estrecho, al intentar pasar en patera a España, un número de teléfono. Así entrará en contacto con Leila, la hermana del fallecido, una joven inmigrante que tratará de repatriar el cadáver de su hermano.
Hasta el momento, el cine de emigración en España, lo han hecho españoles. Con dignidad y equilibrio en la mayoría de las ocasiones, pero desde un punto de vista difícil de traspasar. Es posible –y de desear- que en el futuro, escritores y directores emigrantes, puedan reflejar la realidad desde su óptica, como sucede en otros países con más años de emigración extranjera, abriendo las perspectivas a otras visiones que ya se aprecian en la lucha reivindicativa y solidaria. En teatro, por ejemplo, Juan Diego Botto, ha escrito y dirigido El privilegio de ser perro (2005), en la que a través de cuatro monólogos y de cuatro diferentes puntos de vista desarrolla los procesos sufre y vive un emigrante cuando se enfrenta con el exilio, la pérdida de su identidad, en el viaje obsesivo en búsqueda de una mejor calidad de vida.



Así lo he encotrado por ahí y aquí os lo dejo.
Saludos
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