“LA GRAN SUECA, FUEGO Y HIELO…. ¿DESPUES DE GARBO?
Pues no. Ingrid nunca tuvo ni el glamour ni la fotogenia de Greta, pero ¡anatema!, siempre he pensado que fue mejor actriz. Descubierta en Suecia a comienzos de los años 30, Ingrid Bergman alcanzó el rango de estrella internacional en los 40, demostrando ser una de las mejores parejas, y brillar a idéntica altura, de Bogart, Cooper, Grant y Tracy. Durante muchos años permaneció insensible a los halagos del estrellato y no se dejó estereotipar en ningún momento. Tuvo sus comienzos teatrales en su Estocolmo natal (1916) y en 1933 firmó un contrato con Svenskfilmindustri. Para cuando había interpretado cinco películas en su país, se había convertido en la actriz sueca más cotizada, trabajando a las órdenes del notable Gustav Molander.
En 1939, David O’Selznick la llamó a Hollywood y la hizo trabajar en el remake de “Intermezzo” al lado de Leslie Howard. Aunque la calidad del film estadounidense no superó al original sueco, el éxito fue total. Con tan solo una película, Ingrid Bergman ya había alcanzado el estrellato en La Meca del Cine. Y vinieron los primeros problemas. No se dejó encasillar como chica buena y fue la camarera de vida alegre de “El extraño caso del “Dr. Jekyll” (Victor Fleming, 1941), no dejándose avasallar por el poderoso Spencer Tracy.
Este cambio total de imagen sirvió para enriquecer sus posibilidades cinematográficas. A partir de entonces muchas “heroínas” interpretadas por I.B. fueron mujeres ambiguas y llenas de contradicciones, y su indefinición moral era lo que las hacía fascinantes. Se merendó, aunque parezca increíble, a Cary Grant en la excelente “Encadenados” (Alfred Hitchcock, 1946) y formó una maravillosa pareja con Bogart en la inmortal “Casablanca” (1942, Michael Curtiz). Tampoco desmereció, más bien lo contrario, con Gary Cooper en la discutible “Por quién doblan las campanas” (Sam Wood, 1944) versión muy kitsch de la novela de Hemingway, donde lució bellísima en su improbable María. Finalmente aplastó a Charles Boyer en la estupenda “Luz que agoniza” (1945), su primer y justo Oscar. Sin embargo, papeles convencionales en cintas mediocres o fallidas – “Arco de triunfo”, “La exótica”, “Atormentada”, “Recuerda”, “Las campanas de Santa María”, “Juana de Arco” – condujeron a “la novia sueca de América”, como nunca la llamaron, a dejar plantados a su marido el dr. Lindstrom y a O’Selznick largándose a Italia con Rossellini y provocando un escándalo que las cotillas y el público americano no perdonarían hasta pasados muchos años.
Deslumbrada, y con razón , por la genial “Roma cittá aperta”, pidió al grandísimo Rossellini trabajar con él. Il signor Roberto plantó a Anna Magnani, se lió y se casó con la Bergman y juntos plantearon un diálogo norte-sur que produjo tres obras maestras, “Stromboli” (1950), “Europa 51” (1951) y “Te querré siempre” (Viaggio in Italia, 1954). Pero “Angst” y “Giovanna d’Arco al rogo” (ambas en 1954) ya no fueron lo mismo. Para colmo el rijoso Rossellini se largó a la India abandonándola por Sonali das Gupta. Demasiado para los arrestos de Ingrid que, seamos objetivos, a pesar de trabajar doblada estuvo eminente en las tres joyas precitadas. Fracasó con otro grande ya en decadencia, Jean Renoir en “Elena y los hombres” (1956) y regresó a Hollywood vía Fox con la exitosísima, y no muy interesante “Anstasia” que le valió su segundo Oscar, algo discutible.
“Indiscreta”, “El albergue de la sexta felicidad” no fueron buenas películas pero le devolvieron el cariño de americanas y americanos. A continuación el declive, la madurez y un disparatado tercer Oscar por su sobreactuada composición en “Asesinato en el Orient Express” . Se fue a la televisión para interpretar a Golda Meier, coqueteó de nuevo con los escenarios y puso el punto final de una manera formidable, porque otro genio deseaba trabajar con ella y ella con él. “Sonata de otonño” (1978) fue otra obra maestra de Ingmar Bergman (parece que en Suecia mucha gente se apellida Bergman), en la que una Ingrid muy envejecida, sin maquillaje, llevó a cabo la creación artística de su vida. Fue un bello y merecido epitafio a una buenísima actriz, una hermosa mujer y otro icono imperecedero del cine. Murió de cáncer en 1982.
Luzbel