El árbol de la vida (The tree of life), de Terrence Malick (USA)
No es de recibo el cargarse sistemáticamente una película como he hecho yo con este film sin analizar las causas que me conducen al rechazo. Me pasaron un texto procedente de la revista Caimán (1), máxima valedora de la cinta, abiertamente opuesto – al parecer - a los restantes que me entran ganas de reproducir íntegro ya que lo suscribo en su totalidad. Vino firmado por Angel Quintana y antes de leerlo yo ya detestaba la película pero, sin duda, esa crítica me iluminó no poco las zonas más oscuras del pensamiento ultraconservador americano. Soy de los que piensan que toda película, como toda obra literaria, está ideologizada, guste o no. No creo en el cine por el cine y me suele interesar mucho más lo que me cuentan que como me lo cuentan. Terrence Malick no deja de ser el enésimo invento de Cahiers del gran genio del cine mundial que ha de ser necesariamente americano. Antes de él surgieron Gus Van Sant (interesante cineasta, sin duda), Paul Thomas Anderson (que empezó bien pero parece en caída libre), David Fincher, Christopher Nolan, Michael Mann (funcionarios de Hollywood aptos para encargos a tutiplén, mejor en 3D), James Gray (otro director de la extrema derecha americana, amante de familias unidas y policías incorruptibles). Malick no ha sido ni será nunca un autor. Obsérvese el "parecido" entre su primera película, la estimable "Badlands", la incomprensible y descacharrante "La delgada línea roja" o este lindo y divino arbolito. Tampoco el estilo o la "puesta en escena" tienen nada en común. "El árbol de la vida" imita vergonzosamente a Kubrick en un prólogo sobre la creación del mundo digno del peor episodio de National Geographic. La "historia" de la familia de Waco (lugar natal del director. ubicado en Texas) es la de un padre duro pero bueno, una madre sufrida pero esposa modélica y unos hijos idiotas - tanto el angelical que morirá en la guerra ¿de Corea?, como el orejudo algo rebelde que de mayor se convertirá en Sean Penn, dejando a un lado a un tercero visto y no visto. Evidentemente está bien filmada, lo contrario seria absurdo dado que no hay guión con un mínimo de elementos discordantes que hubiesen exigido alarde alguno en su plasmación. El epílogo ni aún eso. Es el "mensaje" y con un paisaje arenoso y el deambular de Sean Penn reencontrándose a sus seres queridos, que son todos ya que nos hallamos en el mismísimo Cielo al que todos iremos a parar tras la parusía, porque aunque en nuestras vidas no siempre hayamos sido buenos la gracia divina nos ha acompañado, iluminado y perdonado los pecados mortales o veniales. God Bless America.
Melancholia, de Lars Von Trier
Tampoco este danés petulante se cuenta entre mis afinidades electivas. El tipo es patoso, pagado de si mismo y....sumamente listo. Me gustaron "Los idiotas" - el film más dogmático del Dogma 95 - y "Dogville" y eso es todo. Pero Lars parece haber tomado nuevos derroteros en sus dos penúltimos films. La controvertida "Anticristo" me fascinó y repelió a partes iguales y es el film que conduce a esta extraordinaria "Melancolía" que se sitúa justo en las antípodas de "El árbol de la vida". Aquí no hay Dios, ni Cielo ni Gracia Divina que valga. "Melancolía" es el nombre de un planeta que va a chocar irremediablemente con La Tierra provocando el fin del mundo. Pero ¿de que mundo?. Dividida en dos partes de desigual duración: "Justine" y "Claire", Kirsten Dust y Charlotte Gainsbourg respectivamente. He visto dos veces la película y confieso que el segmento primero me molestó en un primer visionado ya que no me pareció otra cosa que un breve remake de otro film "dogmático" por excelencia: "Celebración" de Thomas Vitenberg. A la segunda va la vencida y ahora comprendo que es absolutamente imprescindible del mismo modo que Justine no es sino una extensión del personaje que, curiosamente, Charlotte Gainsbourg interpretaba en "Anticristo". Una melancólica que allí y aquí lo que busca es su propio suicidio. Luego ¿es Melancolía un planeta o un sueño de Justine que fantasea no con el fin del mundo sino con su propia y ansiada muerte?. A Justine ya no le queda el asidero de la familia, tan solo la compañía de su hermana y un niño (¿el bebé resucitado de "Anticristo" ¿) en un diálogo de extrema belleza conjugado con el "Tristan e Isolda" wagneriano. Como es sabido Wagner buscaba la "obra de arte total" y esa ópera ultra romántica, y a la vez madre formal de toda la gran música que vendría despues, fue su mayor logro. Esa "obra de arte total" ha sido, es y será imposible, pero es el cine y solo el cine el que puede conjuntar más elementos apara alcanzarla. Y los llamados cineastas "pretenciosos" (y a mucha honra) la han buscado con ahínco. De Eisenstein, Murnau, Stroheim, Ophüls, Visconti, Welles, Kubrick, Bergman, Tarkowsky o Sokurov. Escribo sobre los más ambiciosos, no de aquellos otros tan esenciales pero evidentemente más humildes y modestos: Ozu, Ford, Lubitsch, Rossellini, Pagnol, Dreyer, Hawks, Huston, Wyler y tantos y tantos mas. Lars Von Trier pertenece obviamente a la categoría del todo y en "Melancolía" ha justificado su irregular trayectoria. Este maravilloso film es elegíaco, lírico, romántico y bello hasta esa explosión final que rehuye cualquier "efecto especial o digital" y deja la pantalla en un abrasador blanco. Y a la música de la eternidad de Wagner sonando, sonando…
El caballo de Turín (A Torino ló), de Bela Tarr
Con esta película Bela Tarr ha declarado que sería la última que hiciese, que abandonaba el cine definitivamente para dedicare a la enseñanza del mismo en Budapest. Fue en Cannes 2010 cuando este genial director - uno de los cuatro o cinco auténticamente esenciales del cine contemporáneo (Sokurov, Davies, Haneke, Oliveira….)- provocada por los problemas de producción de "El hombre de Londres" (2007) - espléndida obra por demás que contiene al principio el más alucinante plano-secuencia desde el ya mítico con el que daba comienzo "Sed de mal" de Orson Welles, y siempre dejando aparte el único que conforma toda la prodigiosa "El arca rusa" de Aleksandr Sokurov - y porque consideraba que no había público para sus películas. "El caballo de Turín", rodada en Hungría con tan solo un decorado, dos actores y en blanco y negro es el epílogo o corolario de la, en todos los sentidos, grandiosa "Satantango", aquel film de casi 8 horas de duración que se exhibió en el M.O.M.A. neoyorquino y trastornó para siempre la cinefilia de Susan Sontag. Ahora el cineasta tan solo necesita dos horas y media para contarnos no el fin del mundo sino el fin del hombre. La anécdota de Nietzche y el caballo es negada sistemáticamente en una obra que trasciende en mucho al mismo cine. Para Bela Tarr la humanidad es lo que ya ha dejado definitivamente de existir. El padre y la hija que ya solo comen patatas y apenas dialogan entre ellos no pueden asomarse al exterior. Tan solo una vez lo hará la muchacha para buscar agua y en los eternos lodazales de "Satantango” no encontrará más que a un grupo de borrachos extraídos de ese film, o de otra obra maestra "Armonías de Weickmeister", que se abalanzarán sobre ella para intentar golpearla y violarla. Bela Tarr deja en evidencia tanto al Emerson referente de "El árbol de la vida" como al ingenuo buen salvaje de Rousseau. No. El genio húngaro sabe perfectamente que Hobbes tenía razón y lo muestra con una capacidad artística, hiriente, desasosegante, horrible que vulnera todas nuestras defensas. El fulgor de una sencilla lámpara de aceite sostenido en un plano de tres minutos nos ciega y horroriza tanto como el ulular continuo de ese viento que no cesa. El viento de la muerte, de la destrucción de la humanidad o lo que sea que mora en el planeta llamado Tierra. "El caballo de Turín" puede ser muy bien el film más importante de la última década. O no. Importa poco. Bela Tarr es la réplica cinematográfica, y muy superior artísticamente, a las terribles novelas y piezas teatrales del austriaco Thomas Bernhard. Insisto, más allá de la obra maestra. Y una despedida consecuente que no deseamos en absoluto. Necesitamos el cine de Bela Tarr, como antes el de Robert Bresson, Ingmar Bergman o Luis Buñuel y siempre ese inaudito cine rumano que con una producción de no más de diez películas anuales es, seguramente, el mejor del mundo. El horror de "El caballo de Turín" no es el horror metafísico tan mal expresado por Joseph Conrad - y Francis Ford Coppola - en "El corazón de las tienieblas" y "Apocalypse now". No. Es el horror del realismo más atroz y certero. (2)
1) Me entero - la verdad es que no tenía ni idea - de que Cahiers du Cinema (la francesa, la más influyente del mundo cinéfilo) era/es de propiedad británica. ¡¡Helás!!. Yo siempre había pensado que el presidente del consejo de accionistas no podía ser otro que Jean Luc Godard.
2) De hecho la novela es la única que no me gusta del excepcional autor polaco/británico. La película, en cambio, me parece rigurosamente admirable y la mejor con mucho de Coppola.
Pdta: leo anuncios y más anuncios de películas sobre el fin del mundo. Y reflexiono. Ahora ya no es como en los tiempos del antagonismo capitalismo/comunismo en que nos habían enseñando quienes eran los buenos y quienes los malos. ¿Porque entonces tanto catastrofismo?. Me remito a una pregunta de señora del Ateneo zaragozano: ¿oiga, la crisis económica esta que cada vez es mayor no será un anuncio del fin del mundo?. Puedo prometer y prometo que la dama lo decía en serio. Y no sabía nada de los Mayas.