Muere Seijun Suzuki
Publicado: Vie, 24 Feb 2017, 13:53
Muere a los 93 años Seijun Suzuki, padre del cine ‘yakuza’.
La filmografía de serie B del cineasta japonés influyó a directores como Quentin Tarantino.
La muerte de Seijun Suzuki a los 93 años de edad, víctima del enfisema que en los últimos años le condenó a no separarse de su respirador, deja un legado artístico formado por más de una cincuentena de títulos, que recorrieron géneros tan diversos como el melodrama, el musical, el erotismo, el cine negro y la película de yakuzas, territorio este último en el que el cineasta lograría sus trabajos más influyentes. Suzuki fue reivindicado –y respetuosamente copiado- por cineastas como Jim Jarmusch, que en su Ghost Dog (1999) emulaba casi plano a plano una memorable escena de Marcado para matar (1967) –la película que le costó su despido del estudio Nikkatsu-, y Quentin Tarantino, que en el desbordado clímax de Kill Bill. Volumen 1 (2003) se apropiaba de la brillante idea del japonés de rodar el combate final de La vida de un hombre tatuado (1965) colocando la cámara bajo un suelo de cristal. Capaz de mezclar en una misma película el cine de yakuzas, el wéstern y el musical y coronar el cóctel con un expresivo uso antinaturalista del color y con una dirección artística tendente a la abstracción pop –El vagabundo de Tokio (1966)-, Suzuki siempre reivindicó el sustrato tradicional de sus experimentaciones: mientras los críticos occidentales tildaban sus excesos de surrealistas, el director insistía en que lo suyo no era más que una lectura personal de la herencia del teatro kabuki, en cuyo código se armonizaban los colores intensos cargados de valor simbólico, el gusto por el artificio y la dramaturgia en clave no realista.
La filmografía de serie B del cineasta japonés influyó a directores como Quentin Tarantino.
La muerte de Seijun Suzuki a los 93 años de edad, víctima del enfisema que en los últimos años le condenó a no separarse de su respirador, deja un legado artístico formado por más de una cincuentena de títulos, que recorrieron géneros tan diversos como el melodrama, el musical, el erotismo, el cine negro y la película de yakuzas, territorio este último en el que el cineasta lograría sus trabajos más influyentes. Suzuki fue reivindicado –y respetuosamente copiado- por cineastas como Jim Jarmusch, que en su Ghost Dog (1999) emulaba casi plano a plano una memorable escena de Marcado para matar (1967) –la película que le costó su despido del estudio Nikkatsu-, y Quentin Tarantino, que en el desbordado clímax de Kill Bill. Volumen 1 (2003) se apropiaba de la brillante idea del japonés de rodar el combate final de La vida de un hombre tatuado (1965) colocando la cámara bajo un suelo de cristal. Capaz de mezclar en una misma película el cine de yakuzas, el wéstern y el musical y coronar el cóctel con un expresivo uso antinaturalista del color y con una dirección artística tendente a la abstracción pop –El vagabundo de Tokio (1966)-, Suzuki siempre reivindicó el sustrato tradicional de sus experimentaciones: mientras los críticos occidentales tildaban sus excesos de surrealistas, el director insistía en que lo suyo no era más que una lectura personal de la herencia del teatro kabuki, en cuyo código se armonizaban los colores intensos cargados de valor simbólico, el gusto por el artificio y la dramaturgia en clave no realista.