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El diablo y los extraños
![]() ![]() El diablo y los extrañosEXTRAÑOS EN UN TREN
Paga el diablo, desde un título de película hasta un aforismo moral: Bruno es más astuto que sir Alfred y pondrá al único espectador de su historia al borde del abismo; o decir del abismo supone otro incordio moral. Le sitúa al borde de los deseos satisfechos. Bruno, como buen diablo, es lúdico pero no tanto como el Lubitsch (1) y sabe como extender los meridianos y paralelos que clasifican el cerebro de su víctima. Farley Granger - ¡con permiso de Samuel Goldwyn! – oye todos los cantos provocativos del mundo, pero a diferencia de Ulises no se ata al palo mayor de la nave, sino que se sienta en el vagón restaurante donde oirá secretamente complacido los últimos detalles de la operación comercial. Ruth Roman no es un premio tan apetecible como Kim Novak o Grace Kelly pero aparece rodeada por el halo santificador de la fortuna. Literariamente resulta excesivo a cambio del alma de Samuel Goldwyn (2), pero el gran Bruno-Robert Walker tenía el defecto de la caballerosidad y la honradez en un mundo poblado por el traidor Granger – la condesa Serpieri lo atestiguará tres años más tarde (3) – y la mediocre Ruth Roman. De ellos no podía esperar otra cosa que el arrepentimiento impío de sus ambiciones. Las garitas de feria y los pianos de vapor acompañarán irónicamente los últimos momentos de aquél que quiso cobrar la factura de la perversidad no asumida. Buen negocio para el héroe porque cuando el organillo de vapor – que acompañó siempre al hombre en las tinieblas – cese sus sones, el diablo habrá pagado para siempre. Se anunciará en tercer lugar del reparto y poca gente lo recordará. Hitchcock lo resucitará sucesivamente en otros films de forma siempre distinta, pero el diablo de “Extraños en un tren” jamás volverá. Robert Walker aprendió su papel y su suicidio final, ya lejos de Perla Chávez y de miss Judy Garland (4), pudo proyectar una sombra inmortal sobre tres mil metros de celuloide que proporcionaron inquietud entre aquellos que acertaron a adivinar que la propuesta de Bruno estaba tan lejos de una hermosa utopía y tan cerca como los sueños del corazón. Habrá quedado claro hasta aquí que el protagonista de “Extraños en un tren” no es otro que el mismísimo diablo. 1) Alusión a la maravillosa comedia de Lubitsch “El diablo dijo no” (Heaven can wait, 1943) 2) Samuel Goldwyn fue quién apadrinó, y de que manera, la carrera de un actor de tan escaso fuste como Farley Granger (nada que ver con el otro Granger, el de “Scaramouche”, please) 3) Farley Granger interpretó al repulsivo Franz Mahler de “Senso” (1954), la obra maestra de Visconti cuya única mácula era la interpretación de este “actor”. De hecho Visconti quería a Marlon Brando para el rol, pero se tuvo que conformar con tan lastimoso sucedáneo. 4) Robert Walker fue el primer marido de la insufrible Jennifer Jones (Perla Chávez en “Duelo al sol”), y formó una excelente pareja con Judy Garland en “El reloj” (“The clock, 1945) notable y modesto melodrama del exuberante Vincente Minnelli, casado con Garland en aquellos años. Se suicidó.
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