Su nombre es Bogart
El rostro feo, pero atractivo e interesante de Bogart, su perpetuo cigarrillos y su característico tono de voz gangoso indicaban que se trataba de un hombre que no se dejaba engañar por nadie, de un solitario, pero no de un marginado. Sus padres fueron burgueses acomodados de Nueva York, pero él tuvo sus estudios en buenas Academias hasta que fue expulsado y empezó a dar vaivenes que, como siempre, dieron con sus huesos en el teatro. En cine debutó con la Fox en una serie de películas horribles. Luego en la Columbia, y, finalmente en la Warner que sería la major que le convertiría tras muchos años en estrella. De hecho le gustaba más el teatro que el cine, y el éxito de “El bosque petrificado”, en la que interpretó al gánster Duke Mantee junto a Leslie Howard le catapultó a una pequeña fama. Cuando a este gran actor británico se le pidió que repitiese su papel para el cine, insistió en que la película fuese coprotagonizada por Bogart. Así ocurrió, y “El bosque petrificado” fue también un éxito en el cine. En esta atractiva película (Archie Mayo, 1936) estuvo acompañado por Howard y Bette Davis. Muchos años después, y ya casado con Lauren Bacall, le puso el nombre de Leslie a uno de sus hijos en prueba de agradecimiento al Ashley Wilkes de “Lo que el viento se llevó”.
Con Warner haría todas sus películas hasta 1948, en principio a una media de una cada dos meses casi siempre interpretando papeles de “malo”. En el plazo de cuatro años había intervenido en un impresionante número de films de gánsteres, al lado de actores como Edward G. Robinson, James Cagney o George Raft y solía morir de forma ignominiosa. Sin embargo, unas pocas películas le permitieron escapar de este encasillamiento. Sobre todo “Una mujer marcada” (Marked woman, 1937) en la que era un duro pero amable fiscal de distrito, junto a la gran Bette Davis. Tuvo que esperar, no obstante, hasta “Pasión ciega” (Raoul Walsh, 1940) en la que por primera vez, y secundando a un mediocre actor como George Raft, demostró que ya había aprendido el oficio y era un buen actor. Otra vez Raoul Walsh – con guion de John Huston – le otorgó el protagonismo de la excelente “Mi último refugio” (1941). Huston le aguardaba a la vuelta de la esquina. El film seminal del cine negro se llamó “El halcón maltés” – se habían filmado antes otras dos películas mediocres sobre la novela de Dashiell Hamett – el guion y la dirección corrieron a cargo de John Huston y el Sam Spade de Bogart ilustraba a la perfección la ética del detective privado. El personaje Bogart había nacido, era, salvo excepciones improbables, un hombre que ocultaba sus propias necesidades bajo una aparente capa de dureza, un solitario que se negaba a pedir ayuda a los demás.
En “Casablanca” (1942, Michael Curtiz) y “Tener y no tener” (Howard Hawks, 1944), Bogie se movía en un mundo cosmopolita y dividido. En ambas películas, nazis, gaullistas y refugiados de toda clase intentan logar su apoyo, pero él decide seguir su propio camino. Actúa movido únicamente por sus propias inclinaciones, por lealtad y amor a la mujer a la que no ha olvidado (Ingrid Bergman) o para conservar el afecto de la que se ha enamorado (Lauren Bacall). Con esta última se casaría en 1945, después de tres desastrosos matrimonios, él tenía 46 años, ella 21. El mito, y su pareja, estaban consolidados. “Casablanca” fue un enorme éxito y Bogie se convirtió además en un actor muy taquillero. En 1945, interpretó a dos asesinos: junto a Alexis Smith en “Retorno al abismo”, frente a Barbara Stanwyck en “Las dos señoras Caroll”. El final de la guerra provocó una resurrección del cine negro y esas dos interpretaciones apenas tuvieron impacto en comparación con la de “El sueño eterno”, en la que Bogart, trabajando una vez más junto a Bacall y bajo las órdenes de Hawks, encarnó a otro mítico detective: el Philip Marlowe de Raymond Chandler. En el guion llegó a colaborar hasta Wiliam Faulkner y el resultado es, más o menos incomprensible, pero hermosamente atmosférico.
Al convertirse él mismo en una figura mítica, Bogart tuvo que interpretar en ocasiones réplicas de títulos anteriores. En la notable “Cayo Largo” (John Huston, 1948), volvió a estar excelente, sin desmerecer de unos extraordinarios Edward G. Robinson y Claire Trevor., pero en la magnífica “El tesoro de Sierra Madre” (John Huston, 1948) interpretó a uno de los personajes más insólitos de su carrera: el de un aventurero condenado al fracaso que se lanza a buscar oro y muere víctima de su propia codicia. Quizás fue superado por Walter Huston y Tim Holt. Cuando las grandes compañías dé Hollywood rescindieron el contrato a sus grandes estrellas, Bogart, al igual que Spencer Tracy, supo reinventarse. Por la razón elemental de que ambos eran ya muy buenos actores, lo que no sucedía con Clark Gable, Errol Flynn, Robert Taylor o Alan Ladd. Con la única excepción de “La burla del diablo” (1953), un descacharrante film de Huston (el último en el que colaboraron juntos) en la que el director, en complicidad con Truman Capote, parodiaba el mito Bogart, la mayoría de sus películas fueron bien recibidas tanto por la crítica como por el público. Creó la productora Santana (nombre de su yate) y volvió a demostrar su categoría de actor en films como “Llamad a cualquier puerta” (1949), “En un logar solitario” (1950) – ambas de Nicholas Ray, mucho mejor la segunda - , y obtuvo un merecido Oscar por su más genial interpretación: la de la estupenda “La reina de Africa” (1951) en la que además exhibió un considerable sentido del humor y hasta casi superó a una genial Katharine Hepburn. El borrachín y la solterona reprimida. Total simbiosis entre ambos. De ahí nació la amistad duradera de Bogart/Bacall con Tracy/Hepburn.
Luego llegaron “Deadline USA” (1952), vibrante alegato en favor de la libertad de prensa de Richard Brooks, “El motín del Caine” (19654, Edward Dmitryk), ambigua reflexión sobre el poder y la responsabilidad en la que bien pudo merecer otro Oscar, “Sabrina” (Bily Wilder, 1954) en la que resultaba demasiado mayor para enamorar a una joven y radiante Audrey Hepburn, la fascinante “La condesa descalza” (1954, Joseph L. Manckiewicz), en la que interpretó al alter ego del director y no fue anulado por la apabullante belleza de Ava Gardner. Fue un fracaso comercial y el último gran rol de Bogie…..hasta el postrero de 1956, “Más dura será la caída” espléndida película del irregular Mark Robson en la que ya mostraba un rostro devastado por el cáncer. Era, y es, un mito. Un poster a colgar en la pared, un icono para Jean-Luc Godard. Y, tras un severo aprendizaje, un gran actor. Esto es lo que debe contar primero para todo amante del cine.
Fuente: Diccionario del Cine de Ediciones J.C.
El rostro feo, pero atractivo e interesante de Bogart, su perpetuo cigarrillos y su característico tono de voz gangoso indicaban que se trataba de un hombre que no se dejaba engañar por nadie, de un solitario, pero no de un marginado. Sus padres fueron burgueses acomodados de Nueva York, pero él tuvo sus estudios en buenas Academias hasta que fue expulsado y empezó a dar vaivenes que, como siempre, dieron con sus huesos en el teatro. En cine debutó con la Fox en una serie de películas horribles. Luego en la Columbia, y, finalmente en la Warner que sería la major que le convertiría tras muchos años en estrella. De hecho le gustaba más el teatro que el cine, y el éxito de “El bosque petrificado”, en la que interpretó al gánster Duke Mantee junto a Leslie Howard le catapultó a una pequeña fama. Cuando a este gran actor británico se le pidió que repitiese su papel para el cine, insistió en que la película fuese coprotagonizada por Bogart. Así ocurrió, y “El bosque petrificado” fue también un éxito en el cine. En esta atractiva película (Archie Mayo, 1936) estuvo acompañado por Howard y Bette Davis. Muchos años después, y ya casado con Lauren Bacall, le puso el nombre de Leslie a uno de sus hijos en prueba de agradecimiento al Ashley Wilkes de “Lo que el viento se llevó”.
Con Warner haría todas sus películas hasta 1948, en principio a una media de una cada dos meses casi siempre interpretando papeles de “malo”. En el plazo de cuatro años había intervenido en un impresionante número de films de gánsteres, al lado de actores como Edward G. Robinson, James Cagney o George Raft y solía morir de forma ignominiosa. Sin embargo, unas pocas películas le permitieron escapar de este encasillamiento. Sobre todo “Una mujer marcada” (Marked woman, 1937) en la que era un duro pero amable fiscal de distrito, junto a la gran Bette Davis. Tuvo que esperar, no obstante, hasta “Pasión ciega” (Raoul Walsh, 1940) en la que por primera vez, y secundando a un mediocre actor como George Raft, demostró que ya había aprendido el oficio y era un buen actor. Otra vez Raoul Walsh – con guion de John Huston – le otorgó el protagonismo de la excelente “Mi último refugio” (1941). Huston le aguardaba a la vuelta de la esquina. El film seminal del cine negro se llamó “El halcón maltés” – se habían filmado antes otras dos películas mediocres sobre la novela de Dashiell Hamett – el guion y la dirección corrieron a cargo de John Huston y el Sam Spade de Bogart ilustraba a la perfección la ética del detective privado. El personaje Bogart había nacido, era, salvo excepciones improbables, un hombre que ocultaba sus propias necesidades bajo una aparente capa de dureza, un solitario que se negaba a pedir ayuda a los demás.
En “Casablanca” (1942, Michael Curtiz) y “Tener y no tener” (Howard Hawks, 1944), Bogie se movía en un mundo cosmopolita y dividido. En ambas películas, nazis, gaullistas y refugiados de toda clase intentan logar su apoyo, pero él decide seguir su propio camino. Actúa movido únicamente por sus propias inclinaciones, por lealtad y amor a la mujer a la que no ha olvidado (Ingrid Bergman) o para conservar el afecto de la que se ha enamorado (Lauren Bacall). Con esta última se casaría en 1945, después de tres desastrosos matrimonios, él tenía 46 años, ella 21. El mito, y su pareja, estaban consolidados. “Casablanca” fue un enorme éxito y Bogie se convirtió además en un actor muy taquillero. En 1945, interpretó a dos asesinos: junto a Alexis Smith en “Retorno al abismo”, frente a Barbara Stanwyck en “Las dos señoras Caroll”. El final de la guerra provocó una resurrección del cine negro y esas dos interpretaciones apenas tuvieron impacto en comparación con la de “El sueño eterno”, en la que Bogart, trabajando una vez más junto a Bacall y bajo las órdenes de Hawks, encarnó a otro mítico detective: el Philip Marlowe de Raymond Chandler. En el guion llegó a colaborar hasta Wiliam Faulkner y el resultado es, más o menos incomprensible, pero hermosamente atmosférico.
Al convertirse él mismo en una figura mítica, Bogart tuvo que interpretar en ocasiones réplicas de títulos anteriores. En la notable “Cayo Largo” (John Huston, 1948), volvió a estar excelente, sin desmerecer de unos extraordinarios Edward G. Robinson y Claire Trevor., pero en la magnífica “El tesoro de Sierra Madre” (John Huston, 1948) interpretó a uno de los personajes más insólitos de su carrera: el de un aventurero condenado al fracaso que se lanza a buscar oro y muere víctima de su propia codicia. Quizás fue superado por Walter Huston y Tim Holt. Cuando las grandes compañías dé Hollywood rescindieron el contrato a sus grandes estrellas, Bogart, al igual que Spencer Tracy, supo reinventarse. Por la razón elemental de que ambos eran ya muy buenos actores, lo que no sucedía con Clark Gable, Errol Flynn, Robert Taylor o Alan Ladd. Con la única excepción de “La burla del diablo” (1953), un descacharrante film de Huston (el último en el que colaboraron juntos) en la que el director, en complicidad con Truman Capote, parodiaba el mito Bogart, la mayoría de sus películas fueron bien recibidas tanto por la crítica como por el público. Creó la productora Santana (nombre de su yate) y volvió a demostrar su categoría de actor en films como “Llamad a cualquier puerta” (1949), “En un logar solitario” (1950) – ambas de Nicholas Ray, mucho mejor la segunda - , y obtuvo un merecido Oscar por su más genial interpretación: la de la estupenda “La reina de Africa” (1951) en la que además exhibió un considerable sentido del humor y hasta casi superó a una genial Katharine Hepburn. El borrachín y la solterona reprimida. Total simbiosis entre ambos. De ahí nació la amistad duradera de Bogart/Bacall con Tracy/Hepburn.
Luego llegaron “Deadline USA” (1952), vibrante alegato en favor de la libertad de prensa de Richard Brooks, “El motín del Caine” (19654, Edward Dmitryk), ambigua reflexión sobre el poder y la responsabilidad en la que bien pudo merecer otro Oscar, “Sabrina” (Bily Wilder, 1954) en la que resultaba demasiado mayor para enamorar a una joven y radiante Audrey Hepburn, la fascinante “La condesa descalza” (1954, Joseph L. Manckiewicz), en la que interpretó al alter ego del director y no fue anulado por la apabullante belleza de Ava Gardner. Fue un fracaso comercial y el último gran rol de Bogie…..hasta el postrero de 1956, “Más dura será la caída” espléndida película del irregular Mark Robson en la que ya mostraba un rostro devastado por el cáncer. Era, y es, un mito. Un poster a colgar en la pared, un icono para Jean-Luc Godard. Y, tras un severo aprendizaje, un gran actor. Esto es lo que debe contar primero para todo amante del cine.
Fuente: Diccionario del Cine de Ediciones J.C.
